Los púgiles se observan instantes antes de saltar al cuadrilátero. En sus ojos, lejos de la deportividad se adivinan los ecos de un odio insano, de una demencia voraz que sólo puede ser saciada con sangre. Entre tanto, repasan mentalmente todas aquellas artimañas que han de servirles para su propósito, que han de otorgarles el poder de aplastar a su adversario sin piedad y con la mayor de las crueldades. Aquí no vale ganar si no causar el daño más atroz posible.
Esta sensación me dejó contemplar de manera anárquica diferentes momentos del famoso cara a cara. Siendo consciente de que esto causaría daños irreversibles al cerebro de un apolítico como yo, decidí arriesgarme.
Al final tuve que decidir que fue una nefasta idea. No porque no viera nada nuevo o nada que me sorprendiera, si no porque vi exactamente lo que creía que vería: Una reyerta a navajazos traperos. Con este debate se puso de manifiesto la auténtica realidad de la política que hoy se hace en este país y que no consta de otras cosas que descalificaciones pueriles y demagogias calculadas que buscan fijar en la mente del televidente mensajes clave como por ejemplo: “Usted miente, miente siempre”. Los políticos basan su estrategia en examinar actuaciones del contrario para destriparle y ridiculizarle de la manera más abyecta posible, hacer que parezca un patán falto de cataplines, seriedad y honestidad; y para ello todo vale: manipulaciones cuidadosas de informaciones pasadas, descontextualización de comunicados, y sobre todo aparentar que se tiene razón.
En un segundo análisis, más profundo quizá, me atrevería a decir que esto no es ni mucho menos un debate. Estoy más que seguro este enfrentamiento no es concebido de otra forma que como el choque entre dos monólogos cuidadosamente preparados por expertos de guerra semántica para herir de la mejor forma, además de un buen repertorio de contraataques-respuesta para evitar los envites del oponente. No hay dignidad en todo esto, ni reparo tampoco, sólo vale tratar de hundir al otro sin el más mínimo atisbo de coherencia y naturalidad en frases preparadas para ser insertadas como aguijones en el lomo ajeno.
Lo peor de todo esto es que si lo hacen así es porque saben que funciona. Porque saben que la mayoría de la gente es lo suficientemente imbécil como para creerse sus mentiras y tomar esas descalificaciones de parvulario como palabra divina, y quien no se lo crea no tiene nada más que ver uno de esos asquerosos mítines con montones de oligofrénicos babeando y coreando cada gilipollez que llega a sus oídos. Que grande tiene que sentirse uno manipulando torpemente a semejante masa de lobotomizados; cuya aproximada mitad ha de agradecer su estado al fútbol y el alcohol.
Ya para terminar y poner la guinda no hay escena más repulsivamente patética que ver a sendos mamarrachos afirmar, henchidos de fingido orgullo, que “han ganado el debate”, cosa que hace enloquecer a la panda de border-lines que lejos de tener la suficiente capacidad de pensamiento para cuestionarlo o tan sólo dudarlo, sólo saben aplaudir y seguir babeando. Además de patético ridículo, examinemos lo incoherente de la situación, pues en cualquier enfrentamiento de cualquier tipo siempre se sabe quien ha ganado, si ha habido ganador, o en que condiciones se a identificado un empate. Ir por ahí pregonando que has ganado cuando tu oponente hace lo mismo que tú sólo consigue degradar tu imagen hasta equiparala a la de un payaso de circo mediocre, al que sólo se le puede mirar sin gracia y con pena… pero claro, los oligofrénicos poco saben del pensamiento razonado…
… Trataba yo simplemente de averiguar si este debate podría ayudarme a estrenarme en esto del voto democrático, a mis ya 26 años…, y al final me ha pasado lo mismo de siempre, que incapaz de descartar al peor de esos necios, sólo soy capaz de sentir un inconmensurable y profundo ASCO.