sábado, 14 de febrero de 2009

Música lacrimógena

Hoy ha vuelto a suceder, incontenible e irrefrenable. Un borbotón de sensaciones de felicidad y plenitud han chocado de lleno con la satisfacción auditiva que me provocaba escuchar la primera grabación de uno de los temas de Quimérica. Se produjo la catástrofe. Los nervios se rinden, el corazón se hace a un lado, los ojos se inundan y caigo desplomado con la misma consistencia que lo hiciera un vulgar trapo. Si esto se convierte en una maravillosa costumbre estímulo-respuesta tendré que consultarlo con un especialista. Tanto paroxismo no debe ser bueno, pese a las propiedades terapéuticas del llanto y la risa por separado, y que de seguro unidas han de amplificarse mutua y sinérgicamente, se evidencia que ha de tener consecuencias devastadoras para la mente, pues algo no puede ser tan bueno, tan intenso y tan aterrador y que no te joda de alguna forma.

Posiblemente nadie entienda lo anteriormente indicado, lo cual no me parecería extraño, pues casi no lo comprendo ni yo que lo escribo y padezco (no por este orden). Pero supongo que puede, si no explicarse, al menos mostrarse de manera más entendible. En realidad la explicación es simple: 5 años esperando que suceda algo son muchos años, y más si es el fruto de tu esfuerzo creativo (dije esfuerzo?); si el resultado después de tanto tiempo te llena, te maravilla y te entusiasma, todo se amplifica (mutua y sinérgicamente también) y al final es demasiado contundente para contenerlo dentro de un cuerpo. Así pues pasa lo que pasa.

Llorarreir es la mejor terapia del mundo, tanto que empiezo a creer que tiene bastantes posibilidades de desbancar al orgasmo.

martes, 10 de febrero de 2009

Manos desentrenadas

Hace siglos que no escribo nada en el blog. Vaya mierdazo. No es si no el más claro recordatorio de que sigo teniendo una deuda escritora conmigo, la más pesada y poco agradable de cuantas penden de mi inconsistencia; léase: voluntad.

Lo que verdaderamente me ha asustado es ver que la última entrada data nada menos que de marzo del año pasado, lo cual, en caso de descuido, hubiera significado un año. Rápidamente he decidido que no era posible, que debía escribir algo para aliviar mi conciencia privándola de soportar la dura idea de que había pasado un puto año sin escribir en el blog. De ningún modo. No acabo casi nada de lo que empiezo, pero hasta para la más absoluta dejadez hay reglas inquebrantables, y la más importante de todas ella es: Nada cae en el olvido para siempre; asumirlo sería una gravísima afrenta contra mí mismo, asumir que una parte ha muerto; que simplemente la dejé morir. No seré cómplice de ningún tipo de eutanasia creativa.

No es momento para hacer una “exposición de vergüenzas”, como dijo Heraclio, ni de encontrar falsas excusas. La verdad es que 2008 fue el año de la preparación y 2009 será el de los resultados, que ya empiezan a hacerse notar. Tengo muchos proyectos (qué novedad!) para este año y los venideros, y eso apacigua en parte mi alma. En verdad, si hecho la vista atrás un año, puedo ver que las cosas no son como antes. Sigo, persisto. Esta Catársis está próxima a su fin.

Quizá este es el renacer del Critiario Misantrópico, el día en el que dejará de ser exclusiva y definitivamente eso, y tomará una línea blogera más común, más heterogénea supongo. De modo que hasta nueva orden, el Criticario seguirá llamándose así, pero puede que tome otros matices diferentes.

Además aun conservo algunas entradas que escribí hace tiempo y que merecen ser vomitadas en toda regla y concisa expiación. No quiero perder mi alma todavía. Al final he escrito, sin ganas de escribir y sin ganas de repasar lo escrito. Pero lo he hecho, y ya empiezo a sentirme mejor por aquello de lo terapéutico que resulta escribir tus mierdas en una pared a oscuras, y por recordar que no dejé pasar un año sin escribir en mi blog.