Erich Fromm dijo: "La razón, la bendición del hombre, es a la vez su maldición". Y yo me pregunto: ¿Podemos calificar de bendición a aquello que nos ciega, que nos obstina, que nos engaña, que impregna nuestros pensamientos y saturan nuestros sentidos con reflexiones vanas e innecesarias, que en ocasiones se reflejan en las más excéntricas exaltaciones de la pateticidad humana?
El ser racional es un alarde de triste egocentricidad, pues siempre se ha considerado el centro de todo cuanto ha descubierto, o de aquello que ha creído conocer. Orgulloso y engreído, siempre ha ostentado la responsabilidad tan ingente que representa creerse centro, dueño y señor del mundo. Sin embargo, alienados por un escollo insalvable los animales permanecen allí, supuestamente sometidos por algún tipo de jerarquía divina y sobrenatural. Si hablaran estoy seguro de que se les encasquetarían unos cascos y un teléfono y los pondrían a coger llamadas en los call centers... Pero, ¿acaso no son en verdad los llamados a ser testigos de la lenta y progresiva destrucción de la estirpe humana perpetrada por ella misma desde lo más profundo de su inconsciencia? ¿Qué nos da la razón que nos hace superiores? ¿Disgustos? ¿Engaños? ¿Capacidad destructiva?
Aunque no lo queramos creer, aunque no seamos capaces de admitirlo, aunque no podamos si quiera imaginarlo, somos para nuestra desgracia los más débiles seres que conocemos. Aquel animal desdichado, condenado a sufrir la irracionalidad a la que ha sido sometido tan cruelmente, puede ser dañado físicamente, podemos provocarle un dolor espantoso, incluso la muerte. Pero en cambio el ser humano, ser supremo, amo de toda la creación concebido con el único propósito de gobernar sobre el resto de seres vivos que pueblan la faz de la Tierra porque es superior; no sólo puede ser herido de ésta misma manera, sino que además puede ser herido de otra aún peor, terriblemente peor, tanto que algunos acaban con su vida por no poder soportar este pesar. Mientras que el dolor físico se disipa con el tiempo, el otro puede dejarte una marca tan profunda, que resto de tu vida vivas atormentado por su culpa. Gracias a él podemos experimentar sensaciones atroces que marquen nuestra vida y la suman en la más profunda y ominosa desesperación.
¿No es verdad pues que somos más débiles que cualquier otro ser? ¿Qué nos hace superiores? Supongo que por lo menos eso no.
La razón condiciona nuestra vida en tanto en cuanto es la responsable de todas nuestras desgracias. Ella es la causante, por ejemplo, de que ames a alguien que no te corresponde, además del dolor que esto te provoca. ¿Somos superiores si sufrimos en silencio un amargor tan grande como el de suspirar por un amor inalcanzable? ¿Somos superiores si la muerte de un hijo provoca el hecho de perder las ganas de continuar con nuestra propia vida? ¿Somos superiores si tenemos que hacer unos esfuerzos ingentes de asimilar que nuestro propio padre ha intentado abusar de nosotros o asesinarnos? ¿Lo somos?
¿En que consiste la vida, pues? ¿En encajar uno tras otro cada vez más doloroso golpe? La razón nos condena, nos condiciona, nos hace débiles, y lo peor es que nos hace darnos cuenta de todo eso. Entonces somos testigos de nuestra propia penitencia, impuesta desde lo más profundo de cada individuo, arraigada en lo más hondo de nuestra existencia. Y yo me pregunto: qué nos espera contemplando este pensamiento que nos trae desde otro mundo la extraña impresión, de que el ser humano avanza ajeno y sin esperanza hacia el nauseabundo, apesadumbrante e inexorable final al que la razón nos condena con su instinto de autodestrucción. ¿Acaso hay algo peor que eso? Yo creo que no.
El ser racional es un alarde de triste egocentricidad, pues siempre se ha considerado el centro de todo cuanto ha descubierto, o de aquello que ha creído conocer. Orgulloso y engreído, siempre ha ostentado la responsabilidad tan ingente que representa creerse centro, dueño y señor del mundo. Sin embargo, alienados por un escollo insalvable los animales permanecen allí, supuestamente sometidos por algún tipo de jerarquía divina y sobrenatural. Si hablaran estoy seguro de que se les encasquetarían unos cascos y un teléfono y los pondrían a coger llamadas en los call centers... Pero, ¿acaso no son en verdad los llamados a ser testigos de la lenta y progresiva destrucción de la estirpe humana perpetrada por ella misma desde lo más profundo de su inconsciencia? ¿Qué nos da la razón que nos hace superiores? ¿Disgustos? ¿Engaños? ¿Capacidad destructiva?
Aunque no lo queramos creer, aunque no seamos capaces de admitirlo, aunque no podamos si quiera imaginarlo, somos para nuestra desgracia los más débiles seres que conocemos. Aquel animal desdichado, condenado a sufrir la irracionalidad a la que ha sido sometido tan cruelmente, puede ser dañado físicamente, podemos provocarle un dolor espantoso, incluso la muerte. Pero en cambio el ser humano, ser supremo, amo de toda la creación concebido con el único propósito de gobernar sobre el resto de seres vivos que pueblan la faz de la Tierra porque es superior; no sólo puede ser herido de ésta misma manera, sino que además puede ser herido de otra aún peor, terriblemente peor, tanto que algunos acaban con su vida por no poder soportar este pesar. Mientras que el dolor físico se disipa con el tiempo, el otro puede dejarte una marca tan profunda, que resto de tu vida vivas atormentado por su culpa. Gracias a él podemos experimentar sensaciones atroces que marquen nuestra vida y la suman en la más profunda y ominosa desesperación.
¿No es verdad pues que somos más débiles que cualquier otro ser? ¿Qué nos hace superiores? Supongo que por lo menos eso no.
La razón condiciona nuestra vida en tanto en cuanto es la responsable de todas nuestras desgracias. Ella es la causante, por ejemplo, de que ames a alguien que no te corresponde, además del dolor que esto te provoca. ¿Somos superiores si sufrimos en silencio un amargor tan grande como el de suspirar por un amor inalcanzable? ¿Somos superiores si la muerte de un hijo provoca el hecho de perder las ganas de continuar con nuestra propia vida? ¿Somos superiores si tenemos que hacer unos esfuerzos ingentes de asimilar que nuestro propio padre ha intentado abusar de nosotros o asesinarnos? ¿Lo somos?
¿En que consiste la vida, pues? ¿En encajar uno tras otro cada vez más doloroso golpe? La razón nos condena, nos condiciona, nos hace débiles, y lo peor es que nos hace darnos cuenta de todo eso. Entonces somos testigos de nuestra propia penitencia, impuesta desde lo más profundo de cada individuo, arraigada en lo más hondo de nuestra existencia. Y yo me pregunto: qué nos espera contemplando este pensamiento que nos trae desde otro mundo la extraña impresión, de que el ser humano avanza ajeno y sin esperanza hacia el nauseabundo, apesadumbrante e inexorable final al que la razón nos condena con su instinto de autodestrucción. ¿Acaso hay algo peor que eso? Yo creo que no.
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